Publicado en El Día de Zamora el 7 de febrero.
Les cuento. Llevo toda esta semana con gripe. O con catarro. O con algo maligno metido en el cuerpo, a saber qué, que yo soy como la mayoría de los españoles, que paso de ir al médico y recurro a la automedicación, que no va a saber más que yo un médico acerca de lo que sucede en el interior de mi cuerpo. Solo faltaba eso vamos. Bueno, pues en este periodo de tiempo en el que uno se arrastra por el mundo y cualquier cosa que antes tenías por nimia ahora supone un esfuerzo titánico, me he dedicado a observarles. Y no crean que ha sido tarea agradable eh. Emboscado bajo mi manta, desde el sofá de mi casa les miraba pasar, a unos con prisa, a otros con una correa en la mano y en el otro extremo de esta, un animal atado. Algunos de ustedes caminaban dejándose llevar, a otros los llevaban, porque su edad ya no se les permitía deambular por sí mismos, aunque por lo general, tanto los que se dejaban llevar como los que eran llevados iban con la mirada perdida, atrapada, a mi febril entender, en un pasado en el que quedaron anclados hace mucho y del que no han sabido salir o ser rescatados. Tampoco me hagan mucho caso, como les he dicho, a estas conclusiones he llegado en pleno proceso febril y atiborrado de medicamentos probablemente incompatibles unos con otros. Una tarde vi caminar a un ciego, aunque igual no era ciego y solo llevaba un bastón y un perro lazarillo como mero atrezzo a su persona, y al llegar a casa, dejaba el bastón, se quitaba las gafas de sol y hacía uso de su perfecta visión, esto nunca podremos saberlo. Preguntaba Bob Dylan en 1965 que cómo os sentís. ¿Cómo os sentís? Y la respuesta que daba, sin esperar la de sus interlocutores, era “como una piedra rodante”. Y así vamos por el mundo, como piedras rodantes, sin rumbo, no miramos hacia atrás o hacia los lados, ya ni siquiera le preguntamos a nadie cómo se siente, o cómo está, porque como nos decía Dylan hace casi cincuenta años, nos hemos convertido en piedras rodantes que son llevadas de acá para allá, con la falsa ilusión de que somos nosotros los que en realidad elegimos y dirigimos el rumbo de nuestros pasos.
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