El otro día salí por la mañana de casa y me encontré un escrache de esos. Ahí
tenía, delante de mí, a un montón de gente vociferando contra no sé qué. Yo pensaba
que estaría dirigido a algún político que de incógnito vivía en mi edificio, camuflado
entre seres humanos comunes, llevando una doble vida, del que al enterarnos de su
condición diríamos que era amable, que siempre saludaba por las mañanas, una vez
tocó a mi hijo, no sospechamos nunca que fuera un político. Pero no, el escrache
estaba dirigido a mí, porque según me desplazaba por la ciudad, aquella masa me
acompañaba durante el trayecto. Aporreaban instrumentos varios, gritaban consignas
pegadizas, y ahí me tienen, encabezando semejante desfile, que sólo me hacían falta
un par de campanas para convertirme en un barandales laico al frente de una
procesión de indignados. Lo curioso es que, al parecer, este escrache era por mi bien.
Según me dijeron los escrachistas, los escrachadores, los como demonios se llamen,
habían constituido una plataforma para procurar que los escrachados (sí, yo también
estoy empezando a liarme con la palabrita) no dejáramos a medias las cosas que
hacemos. Yo intenté hacer un gracejo sexual diciéndoles que yo nunca dejaba a
medias nada, pero no les hizo gracia, la cuestión iba en serio. Me dijeron que tanto yo
como muchos otros iniciábamos las cosas con mucho ímpetu, pero que poco a poco las
íbamos abandonando. Libros, personas, videojuegos, series de televisión,
comportamientos, actitudes, una lista interminable de la que por dejadez, despiste,
vagancia o desidia vamos desertando. El problema era que todo aquello que se
quedaba a medio hacer estaba originando un caos ingobernable y había que ponerle
fin antes que se desbordara del todo. Así, todos los personajes de libros, películas y
ficción en general estaban ahí, angustiados, sin saber el destino final de sus vidas,
tupiéndose a ansiolíticos y antidepresivos por culpa de la zozobra que les ocasionaba
la espera. Y también con las personas. Gente a la que conoces, y que te resulta
interesante, pero que por mera dejadez, por vagancia, vas dejando de lado como ese
montón de ropa que tienes que ponerte a planchar pero que nunca encuentras el
momento. Y así hasta que dejas de hacer de todo y ya no recuerdas si la culpa fue
tuya, de tu mierda de vida o de ambos.
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