Hace unos días te levantaste como cualquier otra mañana. Pronto, eres de madrugar. Dicen que a las cinco de la mañana ya estás en pie, dicen que eres muy metódico, como buen alemán, dicen. A las siete ya estás celebrando misa, y a las ocho, desayunas. Después, todo el día de la ceca a la Meca, bueno, a la Meca en tu caso no, digamos que estás todo el día muy ocupado, para no provocar un conflicto internacional, que bastantes tenemos ya de esos. Muy ocupado, como el padre de familia de casi mil doscientos millones de personas, de casi una de cada seis de las que hollan la Tierra. Dicen también que en lo que tú creías un día cualquiera del pasado marzo te levantaste a las cinco de la mañana, te pusiste a rezar, pero en vez de escuchar sólo el eco de tus palabras rebotar en los muros vaticanos, escuchaste una canción. Una canción pagana, nada de cantos gregorianos o similares. Una canción mexicana, patria de fieles católicos, patria de la Virgen de Guadalupe. Intrigado, prestaste mayor atención al mensaje, a la voz que la cantaba, y sí, sin duda era él, mejor dicho ÉL, tu jefe, el que a través del Espíritu Santo inspiró al Cónclave para que te eligieran. Pero ÉL no canta, o al menos los fieles de infantería no tenemos noticias de ello. Y de esa letra, confusa al principio, pero contundente al entenderla, empiezas a cuestionarte el libre albedrío, si en realidad eres tú el que ha tomado la decisión o la han tomado por ti. Y mientras, ÉL cantando, a las cinco de la madrugada, como si llegara borracho a casa, como una broma cruel. Te vas porque yo quiero que te vayas, a la hora que yo quiera te detengo, yo sé que mi cariño te hace falta, porque quieras o no, yo soy tu dueño. Te canta “La media vuelta”, para que te apartes como ya hicieron otros cuatro antes que tú, el último cuando por este lado del mar no sabíamos qué había más allá de Finisterre. Y se sienta a tu lado y te dice, Pepe, ve poniendo tus cosas en orden, que te vas a casa ya, que no estás para estos trotes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario