Ahora que hemos vuelto a la normalidad, les cuento que, si la normalidad era esto, casi prefiero seguir viviendo en el vacío de la época navideña, que al menos estábamos anestesiados con tanto jinglebells, jinglebells. Pero atrapado en las navidades tampoco me siento cómodo, y añoro mi monótona decadencia. De un tiempo para acá donde más a gusto me encuentro es en mi cama, así que esta mañana, cuando sonó el despertador, en vez de abandonarla para entrar en el mundo gélido del enero zamorano, decidí abrir la ventana y salir con cama y todo a la calle. Una cama volante que enroscado en mi edredón nórdico me protegía del frío y de la sociedad, la sociedad, la suciedad, con cambiar una sola letra a una palabra hemos creado un sinónimo malintencionado. Pues ahí me tienen con mi cama por encima de ustedes, y les veo a con la cabeza gacha, mirando hacia el suelo, lo cual me hace pasar desapercibido porque nadie alza los ojos hacia el cielo ya, ni siquiera para invocar una plegaria, que esas debieron de agotarse todas hace unos cuantos meses, y ante la falta de respuesta las abandonamos y nos fuimos refugiando más y más en nosotros mismos dejando a la divinidad de lado, con sus cosas del ora et labora, que de labora estamos todos que ya ni nos acordamos de lo que era eso, y de ora no sabemos, pero la presunción es que tampoco, porque si ni siquiera los que tienen enchufe directo con el Sumo Hacedor están consiguiendo nada, ya me dirán qué nivel de productividad tienen. Sálvennos la vida, confesiones religiosas, que los políticos nos han dejado de la mano, sálvennos la vida, loteros de España, que aunque ahora el Estado se nos quede un 20% de las ganancias lo doy por bien empleado si sirve para poder seguir rescatando del naufragio a nuestros precarios bancos y cajas, sálvennos, por caridad. Y yo, en mi cama volante, en el momento en el que la normalidad ha desembarcado de nuevo en nuestras vidas, a través de la niebla solo veo pequeños seres cabizbajos que ya han perdido la ilusión y la fe y la esperanza y la caridad y que por mucho que miran al suelo no ven el fondo del pozo en el que nos han metido.
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