Ayer por la tarde bajé a la orilla, me senté y me puse a tirar piedras al mar. No sé cuánto tiempo estuve en la tarea, pero hubo un momento en el que observé que el mar se iba retirando hacia adentro. Tampoco sé qué número de piedras fue el que le arrojé, pero si fui consciente del poder de las mismas, del poder de mi mano al lanzarlas, del poder del brazo que impulsaba la mano, del poder del cerebro que ordenaba de forma mecánica que las tirara. Toda esa voluntad había vencido al mar y este retrocedía, he aquí por fin la fuerza que ha derrotado tu omnipotencia, y el mar, en un último estertor intentó alcanzar mis pies pero su espuma apenas me rozó. Me puse de pie y le dije: te he vencido. Mi cerebro que ordenó a la mano que cogiera las piedras y te las arrojara te ha derrotado, la voluntad del hombre te ha derrotado, pero en el nombre de todos esos hombres seré benévolo y te dejaré regresar a tus dominios, nada tienes que temer.
Esta mañana, al asomarme por la ventana del faro, el mar había vuelto a ocupar su sitio.
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