Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 25 de junio de 2021.
Cuando ustedes estén leyendo este
artículo será viernes y todavía, al mirar por las ventanas, desde los
escaparates o sentados en una terraza, verán a los viandantes pasear encaratulados.
Quedarán pocas horas para que las máscaras que nos han acompañado durante más
de un año pasen a mejor vida al menos en los exteriores. ¿Y ahora? Cuando
andemos por las calles volveremos a cruzarnos con rostros que poco a poco
dejaron de ser familiares, personas a las que reconocíamos por la ropa, por los
andares, por sus ojos. Los que usamos gafas perderemos la sensación de caminar
dentro de una niebla eterna y nuestros cristales volverán a su natural
transparencia. Será el reencuentro con las sonrisas de las bocas y no solo de
los ojos, y el interactuar con los demás volverá a ser ese juego de lectura
completa de los rostros. Pero, ¿qué caras nos encontraremos? Han sido meses
complicados para todos, meses de pérdidas económicas y personales, meses de
incertidumbre y angustia que nos han cambiado de un modo u otro a todos. Con
las mascarillas se acentuó el maquillaje de los ojos en las mujeres, algunos
hombres descuidaron su afeitado diario y los barbudos pudieron dejar cierto
libre albedrío a sus vellos faciales. Ahora volvemos a vernos las caras, y la
frase suena como una amenaza, como el preludio a un duelo a pistola. Porque nos
las vamos a volver a ver y encima en verano, con lo que la exaltación de la
felicidad se duplica. Sumen a esto las “normas sociales”, influenciadas hasta
el extremo por la felicidad impostada de las redes sociales, y el cóctel es que
vamos a ver a todo el mundo sonriendo por la calle. Pero tengan en cuenta que
no todos los que sonríen son felices ni todos los que son felices, sonríen. Las
personas que son felices no van todo el día con una sonrisa de oreja a oreja,
simplemente son felices y con eso les basta y les sobre. Otra cosa es la
exaltación de la felicidad, que es el punto donde entran esas normas y redes
sociales. La cara no es el espejo del alma, porque muchos recurren, recurrimos,
al llamado “rostro social”: Todos escogemos, conscientes o no, unas u otras expresiones
faciales para adecuarnos a cada situación comunicativa. Escondemos y mostramos
los sentimientos que en cada momento nos interesan. ¿Somos por ello mentirosos?
Pues no. La socialización exige que camuflemos sentimientos y que
actuemos tal como intuimos que los demás quieren que actuemos. Es cuestión de
supervivencia, pero no sé de quién.
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