Publicado en La Galerna el 23 de septiembre de 2020.
Ya saben que suelo utilizar a modo de introducción alguna canción, novela o película; una muleta que a mí me vale para arrancar y a ustedes para ponerse en situación. Por el contenido de mi artículo de hoy podría recurrir a muchos ejemplos, pero hay momentos que requieren ser directos, tajantes; como un puñetazo en la mandíbula que les provoque un fuera de combate, un k.o. que por unos instantes apague sus neuronas y poco a poco asuman el impacto hasta recuperar la consciencia. Hoy vengo a decirles que se acabó la fiesta. Que es cierto que ya se acabó hace tiempo, pero al parecer había un sector del madridismo que no se había dado cuenta. Si todos los veranos limpiábamos el periódico de arena leyendo en el chiringuito de turno las noticias sobre los fichajes, las presentaciones multitudinarias y los millones que los clubes se estaban gastando, este año, en el que no hubo primavera y apenas verano, esas noticias también se borraron de las portadas. Este año el Real Madrid no fichará a nadie, y da igual que del empate en Anoeta del domingo ya se esté haciendo un drama: no va a venir nadie al rescate. Más calmados ahora después de asumir este mensaje, tenemos que empezar a ser conscientes de que se van a empatar muchos partidos y se van a perder otros tantos. Que aquellas ligas de cien puntos y cien goles no van a volver porque fueron algo excepcional. Que ganar Copas de Europa una detrás de otra no pasará más. Estamos en economía de supervivencia y eso tenía que llegar al fútbol igual que ha llegado a sus hogares. El país se encuentra hundido y van a pasar muchos años hasta salir de esta, y por extensión, eso se transmitirá también a nuestro club. Se acabaron los patrocinios multimillonarios, y aquí no va a llegar ningún jeque a inyectar cientos de millones de euros. Aquí no. Si lo piensan, de los inversores que han aterrizado en el fútbol español, y me remonto al año 2003 con Dimitry Piterman, ninguno ha estabilizado un club y mucho menos lo ha lanzado al cielo competitivo. Unos detrás de otros prometieron mucho y al final acabaron destrozando todo lo que tocaron. En España no hemos sido tan afortunados como en Inglaterra o en París, donde los jeques han transformado a pequeñas chalupas en portaviones capaces de conquistar competiciones a las que nunca se habían asomado. Y allí donde no han llegado los jeques, la conversión de los clubes en sociedades anónimas y la permisividad de las ampliaciones de capital han equilibrado las fuerzas. Pero, aunque se intente transmitir lo contrario, en el Real Madrid los jeques no dejan sacos de millones en las puertas del Bernabéu ni somos una sociedad anónima.
Seguimos
siendo un club deportivo, y eso a nivel económico es una desventaja
competitiva. Y no, no entiendan por esta última frase que yo estoy a favor de
vender nuestra alma a un jeque, a un grupo inversor o añadir a nuestro nombre
las siglas S.A.D., no. Sólo transmito una realidad, la de las cifras. Una
realidad fría que nos va a devolver a los años 70, 80, 90, donde las ligas y
las copas se ganaban con el sudor de la frente, sacando puntos de debajo de las
piedras y dejándose por el camino otros tantos. Ligas en las que meter 60 goles
ya era todo un logro, en las que el máximo goleador no se acercaba a los 30
tantos, en las que conseguir entre 70 y 80 puntos aseguraba el campeonato. Los
tiempos de bonanza se han ido en la economía, en la vida, y el fútbol no iba a
ser la excepción. Pero recuerden quién es el vigente campeón y sean conscientes
de que, pese a haber empatado el pasado domingo en Anoeta, esta liga todavía no
se ha perdido.
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