Publicado en El Día de Zamora el 4 de noviembre de 2016.
Es lo que hay, no tengo ni idea de
qué contarles esta semana. Que me dirán ustedes que anda que no hay temas y
temas para comentar, que si lo de otra vez Rajoy, que si lo que ha pasado, más
bien no ha pasado, con Bisbal y Chenoa, que si el PSOE, que si lo otro, pues
oigan, pónganse ustedes a contarlo, que yo no me encuentro muy inspirado. Y la
verdad es que me da igual, porque ya me dirán ustedes qué motivos tenemos para
sentir apego los unos por los otros, y más en mi caso que ni siquiera les
conozco. Así, el otro día, sentado en un banco y aprovechando este extraño
verano eterno, que de eterno al parecer ya le queda poco, intenté eliminar
mentalmente a todas las personas que tenía alrededor de mí y que, en verdad, lo
único que aportaban al paisaje era ruido, y como se infiere de ello, molestias.
Me concentré en borrarlos de mi vista y según iban cayendo uno a uno, aquel
ruido iba minorando, hasta que la ausencia de todos ellos provocó un silencio
total, absoluto, rotundo. Iba a añadir también definitivo, pero no. Cuando me
disponía a sumar tal calificativo, empecé a escuchar un sonido extraño, y
puntualizo, sonido, que no ruido. No tenía ni idea de dónde provenía ni qué
era. Cerré los ojos y traté de concentrarme en algún recuerdo que me hiciera
reconocerlo, pero no había manera. Mi maldita mala memoria no tenía archivo
alguno sobre ese murmullo monótono, hipnótico hasta tal punto que hizo que me
fuera olvidando de más cosas. Me olvidé de mi nombre, de quién era, de qué
hacía allí y de cómo había llegado. Incluso me olvidé de cómo se escribía, y
comprobé cómo mis dedos se volvían rígidos, incapaces de adoptar una postura
que les permitiera teclear o coger un lápiz. Llegué a olvidarme de abrir los
ojos, pero por un mero reflejo muscular moví los párpados y pude ver cómo mi
cuerpo se había envuelto de musgo y alrededor de los pies, casi hasta los
tobillos, el césped ya me cubría. Como no era una sensación angustiosa, decidí
que la naturaleza siguiera su curso, y poco a poco aquel sonido irreconocible
fue hasta tapando el de mi propia respiración. Y es que escuchar crecer la
hierba es demasiado letárgico como para dejar de hacerlo. Y sí, sigo sin tener
ni idea de qué contarles esta semana.
Puedes
seguirme en twitter en @cuadrablanco. No es obligatorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario