Semana Santa.



                Publicado en El Día de Zamora el 27 de marzo de 2015.

        Si ustedes son, no sé, de Bilbao, de Palma de Mallorca o de Tenerife, ciudades de las que, perdonen mi desconocimiento, no tengo referencias sobre las bondades de su Semana Santa, igual el hecho de que hoy sea Viernes de Dolores les trae al pairo. Pero amigos, este periódico en el que les escribo sale en Zamora, y aquí uno se entera de cuándo va a ser Viernes de Dolores casi antes de haber entrado en el año en curso. Y es que los zamoranos somos muy de la Semana Santa. Pero no de todas eh, somos de la de aquí. ¿Y cómo es nuestra Semana Santa? Pues austera, como nosotros, dejando poco margen para el lujo y el boato. Así, aquí no hablamos de tronos, un zamorano carga con un paso, ni costalero ni trono ni parafernalia de esa. Aquí cargamos. Igual que cargamos con la lacra de ser de las peores provincias de España según las estadísticas, igual que cargamos con la ausencia de sustrato empresarial, igual que cargamos con el hecho de que nuestra juventud tenga que abandonarnos para buscarse las habichuelas a cientos de kilómetros de aquí. Los zamoranos somos también seres penitentes. No necesitamos para ello ponernos la túnica, el capuchón, y portar un cirio. Nos pasamos el tiempo penando por lo que no tenemos, y por ver cómo, día a día, los negocios de nuestra ciudad cierran, como si, poco a poco, fuera la propia ciudad la que fuera cerrando por incomparecencia de habitantes, hasta que, al final, cuando solo se escuche el silencio, quede nuestra catedral proyectando su sombra sobre la nada. Pero volvamos al origen de este artículo. Es Semana Santa, es tiempo de que el café que usted paga habitualmente a 1,20 €, pase a pagarlo a 2 €, o el menú de 12 € sin más, valga 15 €. Es tiempo de hacer negocio, de exprimir el €uro del visitante hasta dejarlo seco. Y también es tiempo de disfrutar de nuestras cofradías. Si van a ver los desfiles procesionales, no coman pipas; los hermanos que procesionan descalzos se lo agradecerán. Silencien, o mejor, apaguen sus móviles. Y no hablen, valoren y disfruten el silencio. Y si no pueden cumplir con estas mínimas normas, no vayan. Quédense en casa, o en un bar, pero no molesten a nuestra Semana Santa. Total, es de lo poco que nos queda.


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