Publicado en El Día de Zamora el 25 de julio de 2014.
Uno se
levanta por la mañana, ¿y qué ve? Pues un tipo normal, con su cara de sueño
normal, su barba incipiente normal, sus legañas normales y las arrugas de la
almohada marcadas en la cara. Todo normal. Se asoma por la ventana, y nuestro
tipo normal, usted y yo, ve otro día normal de verano, y si es capaz de mirar
más allá, ve a los angustiados, normales, a los negocios, cerrados, a la
decadencia. Lo normal. Toda esa gente normal, en ese mismo momento en el que
usted y yo estamos mirando por la ventana, está pensando en que para qué salir
a la calle, en que vaya mierda de día, en deshacerse de su pareja, en pegarle
fuego a la sucursal de su banco, en partirle la cara al imbécil de su vecino,
en suicidarse. Pensamientos normales. Abandonamos la ventana y nos dirigimos a tomar
el clásico desayuno normal, y aunque el escenario haya cambiado, y en vez de
una ventana normal estemos en una cocina normal, los pensamientos siguen siendo
los mismos de antes, si bien se nos ha aparecido una pequeña variante incómoda
que nos hace plantearnos si lo normal es la normalidad. O al menos nuestra
normalidad, porque oigan, la normalidad de Mick Jagger, de Jordan Belfort o del maharajá de Kapurthala seguro
que no se parece en nada a la nuestra y resulta mucho más entretenida a
nuestros ojos, pese a que para ellos no deje el hoy de ser tan normal como el
ayer. También podemos pensar en la normalidad de un niño palestino cualquiera,
de Darfur, o de un refugiado saharaui y claro, nuestra normalidad nos parece un
paraíso pese al hartazgo que nos supone hacer todos los días lo mismo, con la
misma gente, en los mismos lugares. Y ahora, cuando llega el verano,
pretendemos “escapar” de toda esta normalidad trasladándonos a otro entorno,
sin darnos cuenta de que en el equipaje, emboscada entre los trajes de baño,
las chanclas y los protectores solares, viaja con nosotros nuestra normalidad y
la de nuestro o nuestros acompañantes. No se puede intentar huir de la
normalidad poniendo kilómetros de por medio, porque ella recubre toda la
superficie de nuestra piel como si fuera una capa de teflón, protegiéndonos de
los arañazos de cualquier innovación que se nos pretenda pegar.
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