Si ustedes realizan un pequeño estudio estadístico, una de esas tardes en las que no tengan nada mejor que hacer, y preguntan en la calle por croatas, la mayoría de la gente les dirá que Drazen Petrovic, alguno que Zvonimir Boban, los errados que Predrag Mijatovic, pero muy pocos les dirán Nikola Tesla. Para que se hagan una idea de su importancia, esperen a que anochezca y pulsen el interruptor de cualquier habitación de su casa. Ese fenómeno casi automático que sucede después y que ilumina la estancia se debe a este señor. No, no, no me vengan ahora que fue Edison el que consiguió semejante hazaña. Tesla empezó sus trabajos en Estados Unidos a las órdenes de Edison, pero pronto comenzaron sus desavenencias tanto por razones económicas como científicas. Frente al modelo de corriente continua que defendía Edison, Tesla apostaba por los generadores de corriente alterna. Tal enfrentamiento provocó la llamada “Guerra de las corrientes”, de la que Tesla resultó vencedor debido a la eficacia de su modelo. No termina aquí la cosa. Si consultan cualquier enciclopedia, aparecerá Guglielmo Marconi como el inventor de la radio, pero fue Tesla el que realizó dos años antes la primera transmisión de energía electromagnética sin cables con su prototipo de radiotransmisor. Y todo así. Tesla concibe los tubos fluorescentes, el control remoto, los rudimentos del radar, y entre sus visionarias frases cito la siguiente: “Cualquier persona, en mar o en tierra, con un aparato sencillo y barato que cabe en un bolsillo, podría recibir noticias de cualquier parte del mundo o mensajes particulares destinados solo al portador; la Tierra se asemejaría a un inconmensurable cerebro, capaz de emitir una respuesta desde cualquier punto” Si nos ponemos estupendos, prevé el advenimiento de cosas como el email, o rizando el rizo, hasta del WhatsApp. Pero lo que más atrae de Tesla es su lado oscuro, su secretismo, su carácter antisocial y huraño, el hecho de que no permitiera la entrada de visitas o periodistas a sus laboratorios, que a su muerte en 1943 el FBI requisara todos sus libros, apuntes, prototipos e inventos para crear el “Informe Tesla” porque pensaban que había vendido sus patentes a los rusos, algunas de ellas con el delicado nombre de “rayo de la muerte”. Y para concluir, su vinculación con el incidente de Tunguska, en 1908, donde una explosión con una energía de unas 2.000 veces la de la bomba atómica de Hiroshima arrasó esta región de Siberia. Este era Tesla, el visionario de la robótica, la informática o las armas teledirigidas, el hombre al que le robaron la luz, el primer geek.
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