Publicado en El día de Zamora el 28 de septiembre de 2012.
No sé si lo saben ustedes -si son aficionados al ciclismo seguro que sí- pero de un tiempo a esta parte los ciclistas llevan en sus oídos unas cosas que en el argot se llaman pinganillos y que sirven para recibir las instrucciones de los directores deportivos. Ahora salta, ahora demarra, ahora ven a recoger bidones de agua, ahora mantente en el pelotón. Pues resulta que, a imitación de este mecanismo disciplinario, los gobiernos del mundo han decidido implantar un dispositivo parecido en todo aquel ser humano que holle la tierra. Con una salvedad, mientras que el ciclista que incumpla las órdenes de su director solo se arriesga a una bronca cuando termine la etapa, aquellos seres que desobedezcan las directrices del gobernante encargado de dárselas recibirán una descarga eléctrica proporcional a la gravedad de la orden desobedecida. Me dirán ustedes que esto que les estoy contando no es verdad, pero sí, lo es, está documentado y además me parece muy práctico. Esa locura del libre albedrío miren dónde nos ha conducido, al caos, a la crisis esa y a que la gente se manifieste por las ciudades cada vez que se le antoja reclamando banalidades como igualdad social o dimisiones de políticos. No amigos, mediante este sistema alguien nos dirá cuándo hemos de salir a la calle, cuándo debemos pagar nuestros impuestos, dar una limosna, ducharnos, o proceder a santificar el sacramento del matrimonio. Los progres me criticarán diciendo que así vamos a una sociedad como el de Huxley en su mundo feliz, y puede que tengan razón, pero por fin una persona cabal y notable nos prohibirá fumar, beber en exceso, vocear o sacarnos un moco en un semáforo en vez de dejar tamañas decisiones en nuestras manos. Incluso nos dirá cuándo debemos morirnos si considera que ya tenemos nuestra vida amortizada. Así, si al poner la tele o al levantarse por la mañana sienten como si alguien les impulsara a hacer tal o cual cosa, o a dejar de hacerla, ya saben a qué se debe. Y den las gracias, no vaya a ser que encabronen al personal y les caiga el calambre del reproche, que al precio que está la luz es mejor no arriesgarse.
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