A poco perspicaces que sean ustedes, ya se habrán dado cuenta a estas alturas de la película de que en la vida hay más noes que síes. Que a qué viene esto, pues les explico. Siempre que nos reunimos con alguien, con alguna pseudoamistad se entiende -eso de los amigos es una mentira en la que otro día entraremos- y le comentamos alguna penalidad, el ser en cuestión viene a decirnos que tenemos que pensar en positivo y que ya veremos cómo todo se acaba solucionando. O no, siempre añado yo como coletilla. Pero si nos queremos agarrar a esa falsa esperanza que nos acaba de dar el pseudoamigo hastiado de nuestro pesimismo, hemos de partir de la premisa de que, como hay más noes que síes, el funcionamiento de nuestra realidad dependerá más de los primeros que de los segundos. Piensen en todas las cosas que ven a su alrededor y enfóquenlas desde lo que no serán. El niño que juega en la calle con un balón nunca llegará a vivir de ese deporte que le apasiona, esa otra persona tan imaginativa nunca llegará a ser un creador y sus ideas se pudrirán sepultadas por la burocracia, la chica del 3ºB, tan guapa ella, no llegará a ser nunca modelo y su belleza se ajará al lado de algún tipejo con dinero que la exhibirá como un trofeo más. Y así nos podríamos tirar todo el día. Observen el mundo desde esta parte negativa y verán como su percepción de las cosas cambia. Y por fin, véanse a sí mismos con todo lo que nunca fueron o serán, vean su proyecto vital desde que tienen memoria y a dónde les ha llevado este. Vean incluso todas las promesas que se hicieron y que incumplieron no una ni dos veces, sino que tropezaron con la misma piedra hasta que la partieron en dos y hubo que sustituirla por otra. Es más, piensen que para poder llegar hasta aquí y poder leer esta columna hubo por mi lado numerosas ideas que no fueron, y por el suyo millones de espermatozoides que fracasaron en el intento de fecundar el óvulo de su señora madre y a saber cómo serían ustedes ahora si uno de esos noes hubiera sido un sí.
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